“La belleza ha desertado de las pantallas".
Brian De Palma

La sensación es la de estar viendo una película clase B en un viejo cine de barrio, húmedo, con butacas vencidas e incómodas. Las imágenes (fuera de cuadro) reproducen la asunción de un presidente un tanto caricaturesco en un distópico futuro de paisito sudamericano.

Es subjetivo, lo sé. Pero no podría ser de otra manera porque el evento es pura señal emocional; todo negación de la institucionalidad necesaria en cualquier República que se precie. 

Realismo mágico sin poesía en los diagnósticos apocalípticos de lo que habla ante una muchedumbre (que no es multitud) vociferante y violenta; mujeres y hombres que hacen muchas cosas, menos escuchar. No importa el verdadero (y espantoso) significado de los dichos sino la significación que la horda le atribuye: han llegado los días en que la casta va a purgar todos sus pecados, canta, vivando a una casta que sonríe, comprensiva en algunos casos y, en otros, apenas por idiocia. 

Hacia atrás, unos minutos antes, queda solitaria la Asamblea Constituyente ante la cual el presidente asumido se ha negado a hablar. Porque aunque la Carta Magna sostenga en su artículo 22 que el pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución”, muchos sienten hoy que nadie los representa. Que su hambre, su pobreza, su abandono, su desesperación sólo pueden representarlas ellos mismos. Y que hace mucho vienen gritando sin voz. 

 Un discurso de campaña reiterado y la sensación de que ése que grita no tiene la más mínima idea de cuáles son las tareas de un presidente. Y que, probablemente, tampoco quiera saberlo. Ha designado un gabinete variopinto con genios del “al Don Pirulero” que afilan sus colmillos para caerle, cada uno en su área de poder, al cuello de la Patria y, así, desangrarla. 

Periodistas que hasta no hace mucho eran “ensobrados” para el presidente que asume (que ahora han pasado a integrar la reducida lista de “argentinos de bien”), pugnan por instalar el 500.000 como número mágico pero la televisión, que a veces no trabaja de ilusionista sino de alcahueta, clava la imagen del vacío, de las pantallas instaladas sin ninguna necesidad, de la plaza despoblada. 

Ese balcón, ante el que se han rendido los más pintados, lo convoca. Los furcios se repiten como signo. Las sonrisas se disparan al aire. Abajo espera el auto descapotado y un aroma de gloria envasado en spray de litro.

Poco más (o nada menos, andá a saber). Un discurso de campaña reiterado y la sensación de que ése que grita no tiene la más mínima idea de cuáles son las tareas de un presidente. Y que, probablemente, tampoco quiera saberlo. Ha designado un gabinete variopinto con genios del “al Don Pirulero” que afilan sus colmillos para caerle, cada uno en su área de poder, al cuello de la Patria y, así, desangrarla. 

“Toto”, que no es de Macri sino de él mismo (o en todo caso de las finanzas internacionales); “Pato” que prefiere el negocio de las armas antes que la presidencia de un partido vecinal (y andá a cantarle a Montoto); Luis Petri, radical masomeno que está ahí porque el marketing determinó que era piola tener al binomio opositor dentro del Gabinete; Diana Mondino, la chica del CEMA que se baña y habla inglés; Guillermo Francos, un numerario de la política profesionalizada; Guillermo Ferraro, al que supimos conocer hace casi cuatro décadas del brazo de Antonio Cafiero, pero hoy ya pegó el salto y es hombre de la consultora KPMG (especializada en armar negocios varios); Cuneo Libarona, abogado mediático si los hay; el Dr. Russo en la rediviva cartera de Salud; Nicolás Posse, que viene del marketing, de Red Bull y de Eurnekián (más ganador que nadie en el armado), y Pettovello, la acompañante terapéutica que no tiene límites… presupuestarios. 

Ese balcón, ante el que se han rendido los más pintados, lo convoca. Los furcios se repiten como signo. Las sonrisas se disparan al aire. Abajo espera el auto descapotado y un aroma de gloria envasado en spray de litro.

Un aparte para Karina, “El Jefe”, la hermana, la creadora, la que amerita corregir un decreto de Macri y avanzar sobre un perfume a nepotismo que inunda la Rosada. Chapeau para ella: una verdadera entrepreneur. Si no fuese por ella, el gabinete molería peronismo pre kirchnerista y novéntico.

El resto de la película: actores secundarios, como ese uno por ciento que es propietario de casi todo el país y celebra relamiéndose; ese colectivo cada vez más despoblado al que, alguna vez, se dio a llamar clase media; los trabajadores sin conducción que creían despertar de un mal sueño y cayeron en una pesadilla; los dueños de nada que siguen empujando sus carritos cartoneros… y el amor -el pobre amor- trabajando de saltimbanqui en un semáforo