Puede afirmarse que Bola de sebo es una obra maestra del realismo francés. El cuento sutilmente irónico y burlón, escrito por Guy de Maupassant, fue publicado en 1880 como parte de una antología titulada “Las veladas de Medán” y desnuda lo peor de los seres humanos y de las sociedades hipócritas a las que sólo les importa el bienestar y los intereses propios.

La historia transcurre en el norte de Francia: una mañana, bajo una intensa nevada, diez personas suben a una diligencia para huir de la ocupación prusiana: el matrimonio Loiseau, dueños de una bodega; el señor y la señora Carré Lamadon, ricos algodoneros; el conde y la condesa Hurbert de Breville; dos monjas; el señor Cornudet y Elisabeth Rousset, más conocida como Bola de sebo.

Bola de sebo es una prostituta, “una vendedora de amor”, escribe Maupassant, “… famosa por su abultamiento prematuro… mantecosa… los dedos como rosarios de salchichas gordas… con un pecho enorme, rebosante…”. Bola de sebo es gorda, sí.

Cuando sube a la diligencia, el resto de las damas no duda en condenarla: murmuran sobre la vergüenza pública que les acarrea compartir el viaje con la prostituta. Sin embargo, en el largo trayecto, los viajeros sienten hambre y cuando Bola de sebo despliega una canasta repleta de manjares y se los ofrece amablemente, no dudan en devorar su contenido en pocos minutos. Repentinamente, las señoras se muestran cordiales y hasta le ofrecen calentar sus pies con sus hornitos de carbón.

Bola de sebo es una prostituta, “una vendedora de amor”, escribe Maupassant, “… famosa por su abultamiento prematuro… mantecosa… los dedos como rosarios de salchichas gordas… con un pecho enorme, rebosante…”. Bola de sebo es gorda, sí.

Al llegar a la posada en la que van a pernoctar, se topan con un oficial prusiano arrogante que pone como condición, para dejarlos continuar su camino, que Elisabeth pase la noche con él. La joven se indigna: “… nunca me decidiré a ello, nunca, nunca, nunca…”.

Así las cosas, se ven varados durante días y las mujeres sienten crecer el desprecio que sienten por Bola de sebo y que habían olvidado al momento de engullir sus pollos, pasteles y frutas: “… ¿no es, acaso, su oficio complacer a todos los hombres? ...”, se preguntan.

El señor Loiseau llega al punto de proponer entregarla al oficial atada de pies y manos pero los demás optan por la persuasión: hablan e intentan convencer a Bola de sebo de la necesidad de su sacrificio.

Esa noche, Elisabeth no baja a cenar y a la mañana siguiente, los viajeros se encuentran con la diligencia preparada para partir. En el momento en que la muchacha sube al vehículo, nadie la saluda: el resto de los pasajeros hace como si no la viera y se aleja de su contacto impuro.

La chica se siente avergonzada, asqueada por haber pasado la noche con el oficial e indignada por el comportamiento de los demás. Incluso olvida llevar comida y al momento de almorzar, nadie le ofrece compartir sus alimentos.

Bola de sebo viaja haciendo esfuerzos para tragarse las lágrimas y es entonces cuando Cornudet se pone a cantar La Marsellesa ―por entonces, una canción revolucionaria prohibida―: el llanto de la joven se confunde con el canto.

Sí, soy gorda 

La semana pasada, en este mismo espacio, publiqué una columna en la que me atreví a criticar a aquellas referentes feministas que recurren a la victimización y lloran violencia cuando alguien plantea el debate sobre cualquiera de sus principios inamovibles. 

Terrible error. La repercusión tuvo mucho de insulto, sobre todo de mujeres, que ¡horror de los horrores! se dedicaron a decirme que soy gorda: igual que la famosa Bola de sebo del cuento, pero mucho menos seductora porque en la época del relato ser gorda era considerado un halago; como bien escribió Maupassant “… su carne les parecía apetitosa…”. Hoy, en cambio, todos somos conscientes de que ser gorda es un horror y bien que me lo hicieron saber, a pesar de las tan remanidas y, por lo visto vacías, consignas que ellas repiten sin cesar: “No se habla de los cuerpos ajenos” y “Todos los cuerpos son hermosos”.

Sí, chicas, es cierto: soy gorda. Quizás debería decir “estoy gorda” porque durante la mayor parte de mi vida fui flaca, con buen culo, tetas erguidas y cintura diminuta. Pero la edad no viene sola ―tengo 49― y mi cuerpo vivió un embarazo y una enfermedad que requirió que ingiriera cantidades enormes de corticoides. Pero yo no pienso colocarme en el rol de víctima que tanto adoran porque, de ninguna manera, lo soy. Soy gorda, fundamentalmente, porque me encanta comer: no pierdo ningún asado con amigos, pido pizzas y empanadas para acompañar el fútbol del domingo, le entro a las medialunas y al helado con verdadero placer y jamás me niego a ir con una amiga por unas cervezas o unos vinos.

¿Sufro por ser gorda? Por supuesto. Lucho por cambiar mi aspecto todos los días y fracaso la mayoría de ellos. Me cuesta encontrar pantalones de mi talla, no me animo a lucir un biquini, me avergüenza verme con remeras ajustadas y claro, no tengo novio porque, a pesar de todos sus discursos feministas aliados, la realidad dice que ellos aún nos quieren flacas, jóvenes y con la piel impecable.

Los discursos se les caen, chicas. Las mismas que dicen hablar en mi nombre y luchar por mis derechos, al toparse con alguien que no opina como ustedes y, ante la carencia de argumentos me insultan con un “gorda”, entendiendo este adjetivo como despectivo, como forma de demostrar desprecio. Ni siquiera son capaces de seguir sus propias consignas y terminan lloriqueando, intentando callar a quien no comulga con alguna de sus ideas.

¿Les pica la cabeza mientras leen? Tranquilas, no creo que sean piojos: la epidemia de este mundo no viene en forma de bacterias o parásitos; a la epidemia actual yo la llamo doble moral. Desconozco si tiene cura.

A la pobre Bola de sebo la usa un grupo de burgueses para su propio beneficio, sin dudar en exponer su egoísmo y su hipocresía. Una hipocresía que se repite en lo que narro en estas líneas… ¿Les pica la cabeza mientras leen? Tranquilas, no creo que sean piojos: la epidemia de este mundo no viene en forma de bacterias o parásitos; a la epidemia actual yo la llamo doble moral. Desconozco si tiene cura.

Causa pena la imagen de la protagonista del cuento de Maupassant, llorando al sentir el repudio de sus compañeros de viaje. Por mí, no se preocupen ni se entristezcan: tan solo soy una flaca en pausa (o gorda, como les gusta decir a ustedes). Eso sí, sean responsables con lo que espetan: hay muchas adolescentes y jóvenes con problemas de autoestima y sus epítetos pueden resultarles muy hirientes.

Ya sabemos que el amor es hijo del azar así que, quizás me encuentre, mientras me clavo una hamburguesa completa. Mientras tanto, respeten mi barriguita y mi celulitis. Y sigan chillando que “de los cuerpos ajenos no se habla”.