En 1986, el estadounidense Stephen King publicó It, una de las novelas de terror más conocidas entre los que gustamos de leer relatos de miedo. El libro, que tiene más de mil páginas, fue adaptado al cine y se realizaron dos películas que fueron sumamente taquilleras.

It cuenta, en un juego constante entre presente y pasado, la historia de siete amigos perseguidos por un ser sobrenatural que es capaz de cambiar de forma y que se alimenta del terror que produce en sus víctimas. 

Ben, un niño gordo y con su padre muerto en la guerra. Eddie, asmático e hipocondríaco, con una madre sobreprotectora. Bill, tartamudo y sintiéndose culpable por el asesinato de su hermanito Georgie a manos de It. Richie, el bromista anteojudo, cuya lengua larga siempre le causa problemas. Mike, el negrito del pueblo. Stan, el niño judío. Beverly, la única mujer, catalogada como ramera por las otras chicas y abusada por su padre. 

Así forman lo que ellos mismos dan en llamar El Club de los Perdedores: un grupo de niños con vidas infelices, víctimas de los bravucones de Derry, la ciudad en donde transcurren los hechos, que se juntan y sobreviven gracias a la amistad que los sostiene.

Este monstruo, que se aferra a la ciudad, tiene la particularidad de tomar la forma de los peores temores de aquellos a quienes ataca. Por ello, cada uno de los niños lo percibe de una forma distinta. 

It vive oculto en las entrañas de la ciudad, deambula por sus alcantarillas y su poder sobre Derry es absoluto desde tiempos inmemoriales. Despierta cada veintisiete años y, cuando lo hace, ocurre una gran ola de violencia: niños desaparecidos y asesinatos sangrientos nunca resueltos. Con el paso del tiempo, nadie parece recordar lo sucedido: las autoridades ofrecen explicaciones descabelladas, la gente las acepta y así se da por concluido el asunto.

Este monstruo, que se aferra a la ciudad, tiene la particularidad de tomar la forma de los peores temores de aquellos a quienes ataca. Por ello, cada uno de los niños lo percibe de una forma distinta. 

Su apariencia más común es la del terrorífico Pennywise, el payaso bailarín, con su rostro blanco, su sonrisa pintarrajeada y sus pompones anaranjados. Sin embargo, Ben se topa con una momia; Beverly se aterroriza con un chorro de sangre que sale de su lavatorio, Eddie se enfrenta a un leproso podrido, Stan ve cadáveres de niños ahogados, Bill sufre con el fantasma de su hermanito asesinado, Richie se asusta con un hombre lobo y Mike es perseguido por un pájaro carnívoro.

La clave de la historia está allí, entonces: It sabe aprovecharse de aquellas cosas que más terror provoca a cada uno de los chicos. Y, por su parte, los niños entienden que la única forma de enfrentarlo ―y eventualmente matarlo― es manteniéndose juntos: por separado, serán víctimas de sus temores; juntos cobrarán fuerza y podrán luchar contra el monstruo.

A cada uno con su It

Me admira ―y asquea, en partes iguales― observar cuán bien han sabido los políticos adaptar esta novela inquietante a la realidad argentina. Algunos lo llaman actuar en base a los focus groups, otros lo llaman campaña del miedo. En síntesis, el principio rector es siempre el mismo: saber a qué le teme el pueblo y utilizar esos temores para amenazarlo.

Ya lo dijo mucho mejor, el filósofo ―y amigo― Dante Augusto Palma en alguna de sus notas: “Siempre está por venir el mal, el gran fantasma. Se trata de ese otro al que nos enfrentamos y que condensa toda esa monstruosidad que nos asusta. Así, de todas las emociones, evidentemente la que se privilegia es el miedo, el terror a ese adversario al que nos enfrentamos y que aparece como amenaza a la nación, a la identidad, a los valores, a la diversidad, etc.”

Porque It podrá ser todo lo ficticio que deseen y ningún adulto le teme a un payaso enloquecido, a una momia o a un leproso que supura pero, por más edad que tengamos, todos le tememos a algo.

¿Sos gay? Entonces, te dicen que van a abolir la ley de matrimonio igualitario y que no vas a poder pasear de la mano con tu pareja porque vas a ser abucheado y que tus preferencias sexuales van a volver a ser auditadas. 

¿Te encuentran en la estación de tren, con los hombros caídos y los ojos cansados, volviendo a casa después de un largo día de trabajo? Pues te gritan que el valor del boleto se va a triplicar, que le van a sacar los subsidios al transporte público y que, en breve, vas a tener que volver caminando a tu casa porque no lo vas a poder pagar.

¿Estás intentando sacar un turno en un médico o necesitás hacerte algún estudio? Te hablan sobre el fin de la salud pública, te dicen que los hospitales van a cerrar, que no va a haber insumos, que los médicos van a dejar de atender por lo poco que van a cobrar y que sólo vas a ser atendido si tenés el privilegio de una cuenta bancaria gordinflona. 

¿Te ven festejando que tu hijo pasa de año sin llevarse materias? ¡Dios mío, se acerca el acabóse de la educación pública, se van a implementar unos vouchers satánicos, vas a tener que pagar para que los chicos tengan clases, no van a aprender nada e igual van a pasar de año porque si pagás, ¡aprueban!

¿Comentás que tenés que ir al supermercado a hacer la compra del mes? Catástrofe, vas a comprar la mitad que el mes pasado, los precios se van a ir por las nubes, la inflación se va descontrolar, los sueldos no van a alcanzar ni para la comida y los empresarios especuladores van a esconder la mercadería.

Como bien escribió Stephen King, en algún capítulo de la novela: “… Así es como ocurre todo… It está por todas partes… Se limita a llenar los lugares vacíos…”

Así, nos asustan con que vamos a ser Venezuela, con que las tarifas de los servicios públicos perderán los subsidios, con los cortes de luz en el verano que se acerca, con la imposibilidad de prender la estufa en el próximo invierno, con que los delincuentes nos van a matar en la calle, con que no se va a poder salir a protestar porque la policía nos va a apalear, con que todos los trabajadores estatales se van a quedar todos en la calle… Y así, sin descanso, porque la cantidad de monstruos a los que recurren es más inagotable que la del escritor en su afamado libro.

Los políticos deberían captar el mensaje: pueden transformarse en cualquier monstruo, a voluntad; pueden alimentarse de nuestros temores pero, en ocasiones, la sociedad se rebela, los mira a los ojos y los manda a la mierda. 

Hasta que un día, el pueblo se cansa de la amenaza constante. O percibe que las entidades sobrenaturales con las cuales lo asustan no son tan sobrenaturales: la plata no le alcanza para llegar a fin de mes, la inflación está desbordada, tiene miedo de que sus hijos salgan a la calle y les peguen un tiro, la mercadería falta en los supermercados, cada verano le cortan la luz y cada invierno pasa frío por miedo a lo que va a tener que pagar si deja la estufa encendida, los hospitales no dan abasto, los turnos son para dentro de meses sin importar la urgencia, no hay insumos sanitarios, faltan medicamentos y los pibes pasan de grado sin saber absolutamente nada porque “no pueden repetir”.

El pueblo, un día, comprende que los It ya estaban entre nosotros, que los sufrimos a diario, que algunos logran escaparle con más suerte y otros caen en sus garras. Y cree, como El Club de los Perdedores, que la única forma de enfrentar tanta amenaza ―que ya dejó de serlo para sentirse real― es unirse para cobrar fuerza e intentar salir adelante. 

Los políticos deberían captar el mensaje: pueden transformarse en cualquier monstruo, a voluntad; pueden alimentarse de nuestros temores pero, en ocasiones, la sociedad se rebela, los mira a los ojos y los manda a la mierda. 

Sin saber el resultado de esa rebeldía, claro, pero apostando y arriesgándose a gritarles que no les tienen miedo a sus intimidaciones que hace rato se volvieron parte tangible de lo cotidiano. Y que ellos no tuvieron la sensibilidad ni la inteligencia para ver.