A propósito del rescate parcial de la figura de Juan Bautista Alberdi en el actual oficialismo “libertario”, se pone de manifiesto debatir sobre dicha figura, fundamental en nuestra identidad nacional, sus etapas de amor/ odio con Juan Manuel de Rosas, y los vaivenes de su pensamiento. 

La época federal coincidió con la revolución liberal francesa de 1830. Aquel tiempo fue un campo de batalla para dos corrientes culturales: por un lado, el “romanticismo” del Salón Literario de Marcos Sastre, Esteban Echeverría, Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez y Juan Bautista Alberdi, entre otros, que trajeron esta corriente europea para desdibujar los restos de criollismo e hispanismo, intentando “crear” una literatura y poética nacional. Por otro lado, la impronta tradicional gauchesca de Bartolomé Hidalgo, Hilario Ascasubi, Juan Godoy, Luis Pérez y Bernardo Echavarría, entre otros, que reafirmó lo hispánico y puso en valor el espíritu autóctono. 

Cuando el periódico “El Progreso” de Santiago de Chile publicó en 1845 “El Facundo” de Domingo Faustino Sarmiento, que marcó a fuego la cultura nacional, se sumó al debate Alberdi, del que escribió José Pablo Feinmann en “Filosofía y Nación” (1982): 

“… Y escribió un libro: “Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho”. Tenía 26 años [...]. Este joven de indisciplinadas lecturas y decidida actitud teórica se ha propuesto reflexionar sobre el momento histórico que vive su patria. Desde 1835, legitimado por la unánime voluntad popular, un hombre, Rosas, ha accedido al poder absoluto. Esto es un hecho. Y Alberdi, con su libro, intenta encontrar sus fundamentos. No habrá, sin embargo, de detenerse allí; su obra constituirá, en especial medida, un ofrecimiento de colaboración al gobierno nacional”. 

Aquel joven jurisconsulto tucumano, planteó que deben llevarse adelante “los principios racionales del derecho y el ejercicio de su aplicación práctica”, como acción concreta de “filosofar”, donde “no se toman las formas por los principios, ni los principios por las formas”. 

Aquel joven jurisconsulto tucumano, planteó que deben llevarse adelante “los principios racionales del derecho y el ejercicio de su aplicación práctica”, como acción concreta de “filosofar”, donde “no se toman las formas por los principios, ni los principios por las formas”

Aquí el planteo es directo: “Se comprende que los principios son humanos y no varían; que las formas son nacionales y varían. Se buscan y abrazan los principios, y se les hace tomar la forma más adecuada, más individual, más propia.  Entonces se cesa de plagiar [...]”. De allí que tuvo el propósito de lograr “conquistar una filosofía para llegar a una nacionalidad”, a fin de que “gobernemos, pensemos, escribamos y procedamos en todo, no a imitación de pueblo alguno de la tierra, sea cual fuese su rango, sino exclusivamente como lo exige la combinación de las leyes generales del espíritu humano, con las individuales de nuestra condición nacional.”

En clave historicista

La idea alberdiana de entender nuestro trasfondo sociocultural, en clave historicista, permitió comprender cómo nos gobernamos y el fenómeno de Juan Manuel de Rosas. Aunque - bloqueo de Francia mediante - las pasiones se tensaron y la generación del ‘37 pasó, casi en bloque, desde el exilio a oponerse al Restaurador. 

“Cuando un gobierno, aun obrando en los límites de sus derechos de soberanía, vicia los derechos de humanidad por excesos de injusticia y de crueldad que hieren profundamente las costumbres y la civilización, el derecho de intervenir es legítimo". Con estas mismas ideas justificó Alberdi, desde Montevideo, la agresión francesa contra Rosas. ¿Qué había pasado con Alberdi? Su internacionalismo de Montevideo ¿constituye una traición al historicismo del Fragmento o responde a su lógica profunda? ¿Por qué ha fracasado este esbozo de unión entre el más grande escritor político y el más grande caudillo del siglo XIX?”.

Feinmann apuntó: “Crearlo todo de nuevo, proponía Rosas. Crearlo todo, era la tarea de Alberdi. Y en ese de nuevo que exige el caudillo y omite el escritor, está la secreta causa que los llevó a enfrentarse. Porque crearlo todo de nuevo no es crearlo todo sino restaurarlo todo. Hay una diferencia, y es decisiva”. 

Feinmann explicó: “El fracaso del unitarismo había terminado por aclararle las cosas a Rosas. Los doctores, dedujo, no entendían nada. Obtenida esta certeza, su aplicada lectura de los hechos le hizo concebir la idea de fortalecer las estructuras tradicionales del país. Por supuesto: los doctores se enojaron. Y también los jóvenes románticos”. 

El Caudillo de Los Cerrillos, entonces, comprendió que “para erigir al país como entidad autónoma, era necesario reconquistar una nacionalidad amenazada por un doble frente externo e interno”, y que debía buscarla “en las profundas y lejanas creaciones del pueblo”, que se trataba “de una pretérita cultura de siglos”. Rosas tuvo la clara percepción de que “había, pues, que fortalecer las estructuras propias y buscarlas allí donde estaban: en las costumbres y usos de los pueblos. La restauración se convertía en expresión. Y esta fuerte y cerrada cultura nacional acababa convirtiéndose en una cultura de resistencia”.

Alberdi no pudo o no supo comprenderlo, enfrascado en su lucha a favor de los valores de la civilización europea, hizo caso omiso a su análisis en “Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho”. Su pluma tuvo, posteriormente, la labor de un pretendido cincel en los albores de la Convención Constituyente de 1853, con su obra “Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina”. 

Hugo Chumbita, en “Historia crítica de las corrientes ideológicas argentinas: revolucionarios, nacionalistas y liberales” (2022), escribe: “En su consideración sobre los antecedentes unitarios y federativos desde la época colonial propone ‘un sistema mixto’, que concilie la autonomía de cada provincia con fuertes atribuciones del gobierno nacional… recomendaba… construir no la república ideal, sino 'la república posible’. En la concepción orgánica del sistema federal, Alberdi seguía el modelo de Estados Unidos y [...] agregó en el apéndice un articulado que serviría de guía a los redactores de la Constitución”.

República, liberal y positivista

Tras Caseros, Justo José de Urquiza impuso su poderío. Acordó con los gobernadores, sancionó la Constitución y asumió, con “las masas y las lanzas” de su lado, como presidente de la Confederación Argentina. La sanción de la Constitución no contó, paradójicamente, con Buenos Aires, quien se separó como Estado independiente. Luego la batalla de Cepeda de 1859 la volvió a integrar, pero una nueva confrontación en Pavón consolidó el poder centralista en manos de Mitre y sus coroneles. 

De allí en más fue la República Argentina, liberal y positivista, con inicial dependencia del capital británico. El Estado Nación, no sólo era la Constitución y el flujo inmigratorio, sino cómo estarían insertos en el mercado mundial, el flujo de inversiones, el problema del “indio” y la capitalización de Buenos Aires. Esa “república posible” iba a abrazar el credo positivista liberal, instaurando un régimen republicano, liberal, oligárquico; iba a ser “socia” de Gran Bretaña; a terminar de disciplinar a las provincias y a los últimos caudillos federales; combatiría al Paraguay y sería la proveedora de materia prima de Europa.

“Hablan como hombres, y no son sino niños; hablan como patriotas, y no son sino esclavos; hablan de nacionalidad, y son el egoísmo encarnado”, escribió Alberdi sobre los jóvenes positivistas, los libertarios de aquellos años.

Pero Alberdi dio un volantazo, como diplomático urquicista visitó a Rosas en su exilio británico en 1855, tuvo más coincidencias de las esperadas, manteniendo correspondencia con él y sus familiares, a la vez que se enemistó con Sarmiento y Mitre, defendiendo la integridad del Paraguay del Mariscal López atacado por el Imperio del Brasil, Uruguay y las huestes mitristas. 

En sus años finales, se replanteó varios de sus ideas “unitarias”, tomando el rol del “viejo” de su texto del exilio montevideano: “La generación presente a la faz de la generación pasada” (1838) les diría a los jóvenes positivistas (los libertarios de aquellos años) que: "Hablan como hombres, y no son sino niños; hablan como patriotas, y no son sino esclavos; hablan de nacionalidad, y son el egoísmo encarnado; hablan de humanidad, y la palabra patria no se les cae de la boca; decantan desprendimiento, y venderían diez veces al amigo que les mordiese una frase. Enseñan el dogma del desinterés, del sacrificio, y sacrificarían la patria a su envidia, a su orgullo, a su vanidad, a su amor propio, únicos móviles de todos sus actos... prescriben la moral en la política, y su íntima conducta no es sino intriga y chicana... gritan democracia, y tienen asco de los pobres; adulan por delante y asesinan de atrás... ¡Hipócritas débiles, llenos de grandeza en la boca y de flojedad en las manos!

Lo único bueno de estos tiempos es la necesidad de leer y estudiar a Alberdi, con sus postulados y contradicciones, de forma completa, sin sectarismos, ya que aún tienen mucho que decir.