“Estos son mis valores,
Si no le gustan, tengo otros”
Groucho Marx

Ni hecho a propósito, mire. Ni que la hubiesen diseñado mal adrede. La campaña política que transcurre en estos meses perece teatro del absurdo. O peor: un absurdo que, en el teatro de la vida, puede llevarnos a todos puestos.

Patricia Bullrich, por ejemplo: no se pone de acuerdo ni para elegir el baño en un bar. No… no, si yo entiendo que a esta altura de la post posmodernidad, dada la mayoría de las batallas de género, ya no se lleva andar discriminando los “bañes”. Pero, todavía, algunos bares de barrio, tradicionales y, seguramente machirulos, tiene el váter dividido. 

Y ahí, Pato, en campaña, ingresa desafiante por la puerta que tiene la figura del hombrecito (ni siquiera tiene que leer Ellos y Ellas, o Damas y Caballeros, que en ese caso, por ahí, uno la disculparía porque se le nota que mucho no lee). Ingresa, digo, entonces y sale con una sonrisa desafiante. Pero uno de sus asesores, póngale Kovadloff, que ha sido designado para los temas culturales, le dice al oído: “A tu electorado no le caen bien esas provocaciones” y ella, muy oronda, vuelve a dirigirse hacia la zona de los toilettes y se mete en el que tiene la figura de la mujercita. De afuera se escucha como tira la cadena y sale con una sonrisa triunfante. Si no le gusta el baño que uso, uso el otro, parece querer demostrarnos.

¿Usted dice que exagero? Tal vez, pero… ¿No fue la propia Patricia la que, cuando Larreta intentó negociar con Schiaretti antes de las PASO, se paró de manos (con Luis Juez a su lado, en modelo edecán) e hizo un berrinche digno de un bebé con hambre? ¿Y resulta que ahora le pide al Gringo que se baje de su candidatura y arregle con ella? A ver, señora candidata: ¿lo quiere o no lo quiere al contador Schiaretti? Póngase de acuerdo, ¡por favor!

¿Y lo de Massa y el impuesto a las Ganancias? ¿Para qué provoca al ministro si después, cuando baja toda la 4ta categoría del tributo, se siente obligada a decir que no lo va a acompañar? Lo mismo que su aliado José Luis Espert, que escribe a favor de la iniciativa y 96 horas después asegura que es “una medida irresponsable” y, de paso, trata de “boludos” a los que le marcaron la contradicción. 

Yo entiendo que a usted le ne fregue esa platita porque vive de lo que deja su Fundación (y algún otro vuelto), o que Espert tenga menos palabra que Judas, pero para los laburantes es muy importante, doña. Claro que parecería que es una característica del espacio que conduce Pato (bajo el control de Mauricio, of course).

Porque, por ejemplo, el pasado domingo se la vio a Carolina Losada muy cómoda festejando el triunfo de Maxi Pullaro a quien, durante las PASO había denunciado por narco… Debe ser que, a pesar de haber perdido las primarias, se convirtió en heroína como le vaticinó Bullrich.

La Campaña Godot

Milei, por su parte, está border line. No, no me malinterprete. No hablo del candidato en sí mismo sino de su campaña, que parece diseñada por Samuel Beckett. Durante su instalación, el líder libertario prometió cosas tales como “dinamitar el Banco Central”, afirmó que está de acuerdo en que las personas tengan armas (“¿Cuál sería el problema?”, se preguntó), esto fundamentado en que la libre portación le quitaría al Estado “el monopolio legítimo de la violencia” (volvé Max Weber, te perdonamos). Todo porque para este libertario a la violeta, el Estado es “un ente ladrón que te roba vía los impuestos” y para terminar con la situación, él viene con su “plan motosierra”.

Y hay más: aquel Milei avalaba la venta de órganos como “un mercado más” y se preguntaba “¿por qué no voy a poder disponer de mi cuerpo?”. No se oponía a la “venta de niños” (con lo que probablemente estuviese pensando en la venta de niños para la extracción y posterior venta de órganos en un mercado más). Establecía que el “liberalismo no prohíbe el sexo con padres y/o hermanos” pero sí resistía la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y a la ESI porque se trata de un plan de los ecologistas para “eliminar a los seres humanos”.

Ahhhh, y la “dolarización”. La tan mentada dolarización como caballito de batalla económica. El fin de todos nuestros problemas. La panacea cambiaria. La piedra filosofal del anarco-capitalismo. La idea iluminada que iba a proyectar a la Argentina a un estadío casi de nirvana.

Entiéndame: defino al ex arquero de Chacarita con toda intencionalidad como “aquel Milei” porque, luego de que sacó el 29,86 por ciento de los votos en las PASO y el horizonte de un ballotage se iluminó en su cabecita díscola, apareció un “nuevo Milei” diciendo que nunca avaló la portación de armas (aunque está en su plataforma), que “incendiar el Banco Central y dejar sus ruinas como mensaje” era una metáfora; que el “plan motosierra” se trataba de un ordenamiento racional del Estado (donde sólo va a echar a los cargos políticos, cosa que ocurre en todos los gobiernos); que en lugar de la dolarización se podía pensar en “una canasta de monedas” (luego de que sus propios asesores económicos declararan que la dolarización llegaría más o menos en 35 años, motivo por el cual, en las redes comenzaron a llamarlo “Javier Delay”) y un sinfín de marchas atrás anunciadas con el más absoluto desparpajo.

En una rara mezcla de “Teorema de Baglini” (aquel que reza: “Cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos mientras que, cuanto más cerca se está, más sensatos y razonables se vuelven”), y “Apotegma de Groucho”, la campaña se desliza -hasta hoy- entre las declaraciones grandilocuentes y las reculadas en chancletas.

Pero usted no se vaya, que puede que ahora llegue lo mejor.

Yo tengo que dejarlos porque me voy a escribir una nota que celebra la coherencia de la dirigencia política.