Kazuo Ishiguro publicó Nunca me abandones en 2005. Esta novela distópica narra el proceso de aprendizaje y desarrollo de Kathy, una niña que creció en Hailsham, un centro en el que los chicos son criados con el objetivo de ser donantes de órganos.

Allí los alumnos son clones de personas “normales” y a primera vista son como cualquier grupo de adolescentes: practican deportes, tienen clases de todas las asignaturas y descubren el sexo y el amor. Sin embargo, son criados en un ambiente controlado y aislado, se les enseña a ser creativos y a expresarse a través del arte —para demostrarle al mundo que los donantes tienen alma— y se les inculca la idea de una esperanza limitada de vida. Los cuidadores nunca dejan de repetirles que son especiales y que tienen una misión muy importante que cumplir.

Durante el relato, Kathy recuerda el internado y la forma en que ella y sus dos amigos inseparables —Tommy y Ruth— fueron descubriendo la verdad: sólo son el secreto terrible de la buena salud de la sociedad.

Los tres saben que no tienen padres. Saben que son estériles así que tampoco tendrán hijos. Y saben que, aunque luego de terminar sus estudios gozarán de libertad de horarios y de actividades, no tendrán la posibilidad de una vida normal ya que dan por sentado su destino: serán internados, una y otra vez, en hospitales para ir extrayéndoles los órganos hasta que su cuerpo no lo soporte y muera.

Aun así, intentan disfrutar de su existencia, formar vínculos duraderos y sentir: se enamoran, sufren decepciones y desengaños, lloran por amor, se enojan, se reencuentran. Y se embarcan en un viaje esperanzador para intentar escapar de la fatalidad, ya que escuchan un rumor sobre una posible forma de retrasar la donación de órganos y así prolongar su vida.

Ishiguro, en esta historia poética y conmovedora, aborda la idea de un mundo deshumanizado, de la trascendencia de las relaciones amorosas y nos enseña que el amor —que es bello y poderoso— también es frágil y es desafiado constantemente por las expectativas sociales y las circunstancias.

Constantemente enfrentados a la idea de su propia mortalidad, sus preocupaciones amorosas —que al lector le parecen inútiles— son mayores que las preocupaciones por el final que les espera. Porque, aún sintiéndose especiales y al margen de la sociedad, se plantean preguntas sobre la importancia de las conexiones humanas en un mundo donde todo es efímero, desafían todo lo que se les ha enseñado, cuestionan los discursos y sus propias decisiones, entienden que la pérdida y el dolor son parte inevitable de la vida y encuentran amor y consuelo en los brazos del otro.

Nunca me abandones

Ishiguro, en esta historia poética y conmovedora, aborda la idea de un mundo deshumanizado, de la trascendencia de las relaciones amorosas y nos enseña que el amor —que es bello y poderoso— también es frágil y es desafiado constantemente por las expectativas sociales y las circunstancias.

Así las cosas, la historia del escritor británico-japonés, termina de manera trágica. No obstante, tras el trago amargo de la lectura de los párrafos finales, me quedo con la ternura que me despertó esa atmósfera gris constante que se desprende del libro y que afirma que los escasos momentos de felicidad siempre son suficiente respaldo para soportar los de tristeza.

Ay, el amor

Cada vez que se aproxima una fecha especial en el almanaque, aparece la grieta insistente e insoportable. A favor y en contra de cualquier festejo. Y el debate es más aguerrido todavía si hablamos del Día de los Enamorados, ese 14 de febrero que se aproxima.

Quizás sea porque en esta época que nos toca vivir, el lujo es el encuentro con el otro. Y me refiero al encuentro apasionado.

Una de las causas, creo, es esa lucha que se ha emprendido —desde ciertos sectores — para que desaparezca el amor romántico. 

Nos quieren hacer creer que puede haber una existencia sin sufrimiento y sin dificultades. Pero resulta que vivir suele ser bastante doloroso y el amor es parte de ese vivir. Pretender un amor perfecto, aséptico y que no haga llorar es una utopía. Por eso, la consigna “si duele no es amor” es boba e irreal, y embanderarnos en una batalla contra el amor romántico constituye una verdadera cobardía.

Que exista un montón de perversos que no sepan de amor, que lo ensucien con maltratos y violencias, no significa que debamos dejar de regalarnos pasión, poesía y cursilería cada vez que tengamos la oportunidad.

Querer y entregarse a otro cuesta mucho y a todos nos da miedo. No hay garantías que te protejan para evitar el sufrimiento, no hay contratos ni pólizas de seguros que nos amparen cuando sentimos fuerte. 

En la novela de Ishiguro, los protagonistas tienen la certeza de que van a morir pronto, pero vacilan ante el amor: “… ¿Dices que estás seguro? ¿Seguros de estar enamorados? ¿Cómo se puede saber eso? ¿Creen que el amor es tan sencillo? ...” Y a pesar de ello, tienen la valentía de aferrarse uno al otro “…como si fuera la única manera de impedir que nos arrastrara al fondo de la noche…”

Así las cosas, no sean cagones. Amen todo lo que puedan. Inviten a salir, a charlar, a compartir. Si les toca un San Valentín enamorados, preparen cenas con velas cursis y besos de corazones. Regalen flores. Pongan apodos ridículos. Besen, abracen, desháganse en caricias. Descorchen un vino especial. Rían juntos. Festejen cada vez que se presente la ocasión.

Así las cosas, no sean cagones. Amen todo lo que puedan. Inviten a salir, a charlar, a compartir. Si les toca un San Valentín enamorados, preparen cenas con velas cursis y besos de corazones. Regalen flores. Pongan apodos ridículos. Besen, abracen, desháganse en caricias. Descorchen un vino especial. Rían juntos. Festejen cada vez que se presente la ocasión.

Porque coger, coge cualquiera. Pero el amor romántico le da significado. El sexo no propicia el encuentro y puede dejarnos vacíos, pero si al sexo le agregamos una charla con cerveza de por medio o una caminata mirando el mismo cielo —quizás— demos un pasito para aferrarnos a ese amor que tanto pánico nos da.

Y dejen en paz a los que quieren hacer lo contrario. Porque no somos dueños de la receta perfecta para la vida y nos equivocamos todo el tiempo: cada uno hace su propio camino, elige lo que mejor le cuadra e intenta la felicidad a su manera.

Disfruten y dejen disfrutar. Festejen el amor hoy. Vivan hoy. A nosotros no van a sacarnos los órganos, a lo sumo se nos resquebrajará un poquito el corazón si las cosas no salen como las deseamos. 

No pasa nada. Mañana veremos cómo afrontamos el dolor.