Reconocida como una de las grandes obras de la ciencia ficción, El hombre en el castillo fue publicada por el estadounidense Philip K. Dick en 1962.

Esta ucronía transcurre en Estados Unidos, quince años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, en la cual las fuerzas del Eje derrotaron a los Aliados. Como resultado de ello, el Tercer Reich y el Imperio Nipón se dividieron el mundo y, en Estados Unidos, la costa este se halla ocupada por alemanes, la oeste es propiedad de los japoneses y en la zona central existen unos pocos estados autónomos en los que se vive sin ningún tipo de ley.

En este escenario, los nazis han causado genocidios de negros, judíos, viejos y enfermos; han devastado África y han desecado el Mar Mediterráneo para convertirlo en campos de cultivo, y se encuentran inmersos en una especie de Guerra Fría con los nipones. 

Así las cosas, en la novela aparecen varios personajes: ciudadanos norteamericanos originarios, altos funcionarios japoneses y alemanes, algunos rebeldes que intentan resistir. Las historias de todos ellos se leen en paralelo sin llegar a entrecruzarse demasiado. 

Muchos de los protagonistas del relato han leído un libro cuya circulación está prohibida, titulado “La langosta se ha posado”. Este libro, escrito por Hawthorne Abdensen —llamado el hombre en el castillo por el lugar en donde vive— muestra un mundo alternativo en donde el Eje perdió la guerra. De este modo, comienzan a cuestionarse su realidad y sus percepciones de la historia y de la verdad.

El hombre en el castillo

El libro de Absensen ejerce una extraña y profunda fascinación sobre sus lectores, y los personajes comienzan a sentir que viven en una irrealidad que todo lo envuelve: nunca se sabe en qué creer.

El libro de Absensen ejerce una extraña y profunda fascinación sobre sus lectores, y los personajes comienzan a sentir que viven en una irrealidad que todo lo envuelve: nunca se sabe en qué creer.

Philip K. Dick creía en la existencia de varios mundos paralelos y en la posibilidad de que esos mundos se entrecruzaran: esta creencia está muy presente en muchos pasajes de El hombre en el castillo. Uno se adentra en sus páginas y percibe que nadie es lo que pretende ser y que, a la vez, todos tienen dudas: no parece haber una realidad objetiva sino distintas percepciones e intuiciones de las circunstancias externas, y los personajes siempre están planteándose cosas y poniendo en tela de juicio lo que sucede.

La historia está escrita en un estilo inconexo —quizás un tanto difícil para aquellos que nunca han leído a Dick—, parece no dirigirse a ninguna parte, se hace de difícil lectura y termina con un final abierto que desconcierta.

Quizás lo más difícil de asumir es que el autor parece empeñado en mostrarnos lo frágiles que son las raíces sobre las que nos asentamos y nos deja titubeando al advertir que todo, absolutamente todo, puede ser de otra manera.

¿Philip K. Dick tenía razón?

¿Y si el creador de El hombre en el castillo tenía razón? ¿Si aquello de lo que estamos convencidos transcurre en un mundo paralelo y en realidad los que ganaron fueron los nazis? A veces, como los personajes de la novela, observo esta sociedad distorsionada y perturbadora y me permito dudar de todo.

En especial, cuando algunos desde la ignorancia y otros plenamente conscientes de que las palabras son herramientas constructoras de realidades, utilizan a diestra y siniestra la palabra “nazi”.

¿No comés carne? Nazi. ¿Votaste en contra de Massa? Nazi. ¿Sos feminista? Nazi. ¿La ex ministra de Educación de CABA estudió en un colegio alemán? Nazi. ¿Roger Waters se pronuncia a favor de Palestina? Nazi. ¿Franco Rinaldi hizo chistes pelotudos en YouTube? Nazi. ¿No te preocupa el medio ambiente? Nazi. ¿Te expresás en contra de los bombardeos de Israel? Nazi. ¿Escuchás la música de Iorio? Nazi. ¿No repudiás los atentados de Hamás a Israel? Nazi. Y así hasta el infinito y más allá, en una mezcolanza idiota que me confunde y me hace pensar que Dick tenía razón y que los nazis ganaron la Segunda Guerra Mundial, dominan el mundo y vivo rodeada de ellos.

Así hasta el infinito y más allá, en una mezcolanza idiota que me confunde y me hace pensar que Dick tenía razón y que los nazis ganaron la Segunda Guerra Mundial, dominan el mundo y vivo rodeada de ellos.

Así, se tacha de nazi a cualquiera que tenga una opinión que sea distinta a la propia. Y esta desconexión de la palabra con la realidad, estos discursos inflamados en los que se acusan de nazis unos a otros sólo consiguen una lastimosa devaluación del lenguaje.

Mientras tanto, en esta sociedad argentina tan plagada de nazis, el nuevo presidente nombra como Procurador del Tesoro de la Nación a Rodolfo Barra. Un personaje que allá por 1996, cuando era Ministro de Justicia de Menem, fue descubierto en su antigua militancia nazi por una investigación periodística de la revista Noticias, la que demostró que formó parte de los grupos que en los años 60 atacaron escuelas y templos judíos. Aquella nota fue titulada “Herr Ministro” y mostró fotos de Barra haciendo el nefasto saludo con el brazo en alto a puro estilo Hitler.

El hombre en el castillo

Por aquel entonces, Barra se defendió en una solicitada en la que aceptó su pasado oculto pero las presiones internacionales y de los organismos como la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) lo hicieron renunciar.

Hoy, en cambio, no pasa nada. Incluso la DAIA salió a bancarlo con un comunicado vergonzoso en la que se mostró comprensiva y en el que dijo que el abogado “…expresó ante la DAIA en la década del 90 un pedido de disculpas por sus horrorosas conductas y manifestaciones cuando era joven… Es importante remarcar lo ocurrido, ya que estará a cargo del órgano superior del Cuerpo de Abogados del Estado y tendrá como un eje central la lucha contra el antisemitismo y la discriminación. En este sentido, la DAIA estará presente para asegurarse su apego a la ley y que esto se cumpla, gobierne quien gobierne”. Parece que alcanza con un “Si fui nazi en mi juventud, me arrepiento”.

Lo dicho: o la Segunda Guerra Mundial la ganaron los muchachos comandados por Adolf Hitler —igual que en el libro que hoy nos convoca— o los que han ganado la batalla cultural son la ignorancia y la estupidez que suelen ser males incurables.

Lo dicho: o la Segunda Guerra Mundial la ganaron los muchachos comandados por Adolf Hitler —igual que en el libro que hoy nos convoca— o los que han ganado la batalla cultural son la ignorancia y la estupidez que suelen ser males incurables.

Seguir tachando de extremista a quien piensa distinto alimenta un camino en el que los extremistas reales no pueden ser señalados como lo que son. Es decir, los nazis verdaderos logran camuflarse y cuando aparecen no los vemos: los conceptos están demasiado gastados por tantas personas que los usan en todo momento sin tener idea sobre sus reales implicancias.

Ya lo dijo Dick: “El instrumento básico para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si tú puedes controlar el significado de las palabras puedes controlar a la gente que utiliza esas palabras.”

Cuidemos las palabras: Si todos son nazis, nadie es nazi. Y acá no pasa nada.