Ryunosuke Akutagawa, el padre de la narrativa japonesa moderna, publicó en 1918 un cuento titulado El biombo del infierno. Dicen por ahí que, para escribirlo se inspiró en una de las historias contenidas en el Uji Shüi monogatari, una colección de narraciones recopiladas por mano anónima durante el siglo XIII.

Este espeluznante relato nos traslada al Japón feudal, en algún momento indeterminado del siglo XI, y nos permite presenciar las atrocidades de las que es capaz el ser humano.

Quien narra los hechos es un testigo, una de las criadas de Horikawa: este señor toma bajo su protección al pintor Yoshihide, un genio de su época y cuya única hija trabaja como dama de compañía en la mansión del noble. 

Yoshihide es un hombre de moralidad dudosa y alma oscura que sólo puede pintar aquello que ve directamente. Por ello es capaz de auténticas aberraciones para lograr sus propósitos. Su único punto débil es su hija de quince años, bella y gentil, por quien siente un cariño entrañable.

La relación entre el pintor y su amo se va deteriorando poco a poco debido a que el artista insiste en que su hija abandone el trabajo, ruego al que el noble se niega repetidamente alegando que esas tareas son por el bien de la joven.

En ese contexto, Yoshihide recibe el encargo de su patrón de pintar un biombo que retrate los horrores de las ocho regiones del Infierno de las Llamas budista, allí donde los condenados son atormentados con torturas en medio de llamas feroces. Así las cosas, se sumerge, durante meses, en la tarea y se obsesiona por alcanzar la perfección y servir a su amo a costa de todo sacrificio, de toda moral y de toda compasión. Mientras lo hace, aumentan los rumores sobre su extravagancia, su carácter frío y calculador y sobre los métodos poco ortodoxos que utiliza para alcanzar su objetivo. Incluso, para lograr plasmar en el biombo el horror del Infierno, llega al desenfreno brutal de torturar a sus discípulos.

Sin embargo, algo parece dificultar su labor y cada día se lo ve más malhumorado y perverso, burlándose de la rectitud de los demás y considerándose superior a todos los que lo rodean. 

El biombo del infierno

Hasta que en cierto momento, le plantea su problema al señor: su obsesión es pintar en el centro del biombo una carroza con una dama debatiéndose entre las llamas infernales pero, a cada día que pasa, desespera de poder conseguirlo. Según él, para pintar el Infierno tendría que estar viéndolo y pide: “… os ruego, señor, hagáis que se queme una carroza delante de mis ojos. Y si fuera posible, dentro de la carroza…”

El aristócrata escucha su pedido y se compromete a cumplir su deseo. A los pocos días, fiel a su promesa, hace incendiar una carroza en presencia de Yoshihide. Dentro de ella, atada de forma brutal, luciendo un lujoso kimono y con los negros cabellos adornados con oro, se hallaba una doncella: la hija del artista.

Tras unos momentos de sufrimiento atroz, Yoshihide se recupera y se muestra fascinado ante la belleza de lo brutal. Ajeno al tormento de su hija y sintiéndose poderoso, termina para su amo el cuadro con increíble fidelidad.

A la noche siguiente, se ahorca con una cuerda.

Las palabras del infierno

El biombo del infierno vino a mi memoria al pensar en aquellas personas que son capaces de cualquier cosa, en pos de obtener la satisfacción de su amo.

Al igual que Yoshihide, son serviles con sus superiores y soberbios e insolentes con aquellos a quienes considera por debajo de su status. Y pueden utilizar sus herramientas —los pinceles o las palabras— de forma inteligente y, a la vez, desvergonzada. Se olvidan, quizás, de que eso refleja la crueldad y la brutalidad del mundo y de sus habitantes.

Pongamos el caso de Manuel Adorni, portavoz presidencial, quien casi a diario, da muestras de su urgencia por adular a quien representa sin detenerse a reflexionar sobre las posibles llamaradas que pueden desatarse a partir de su afanosa tarea.

En esa labor, ha sido el responsable de reiterados dislates gubernamentales. Quizás el más ridículo fue aquel que protagonizó recientemente con Jorge Altamira. El dirigente del Partido Obrero cayó en la trampa de las redes sociales, haciéndose eco de un tweet en el que se hablaba sobre la llegada al país de una nueva cadena de comida rápida: la imagen del aparente inversor era la del personaje Gus Fring, un narcotraficante millonario y sangriento de la serie Breaking Bad.

Más comidas rápidas para menos comensales”, acotó Altamira. Allí fue cuando nuestro portavoz, en su ardor por defender al gobierno que representa, le salió al cruce: “Estimado Jorge: las inversiones mejoran salarios, dan oportunidades y promueven crecimiento disminuyendo la pobreza y mejorando la calidad de vida de la gente. Lo invito a escapar de las encerronas ideológicas y sumarse a las ideas de la libertad. Le mando un fuerte abrazo”. 

El biombo del infierno

Evidentemente ninguno de los dos vio la serie. Sin embargo, Altamira reconoció su error en la misma red social donde publicó la información; Adorni no habló sobre el tema. Su pedantería, como la del pintor de nuestra historia, parece no tener rival.

Podríamos enumerar algunos disparates más protagonizados por el funcionario: acusó al gobierno anterior de pagar 2.600.000 de dólares por el seguro de las obras de arte de la Quinta de Olivos cuando, en realidad, el costo de la misma era en pesos y utilizó una cuenta oficial para subir un video editado en tono canchero que le valió su primera “reprimenda” de FOPEA (Foro de Periodismo Argentino):  “El Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) insta al vocero presidencial, @madorni, a mantener distancia y respeto por el trabajo profesional de los periodistas y evitar la utilización de canales oficiales para ridiculizar su labor. FOPEA le recuerda a Adorni, como lo hizo con la anterior vocera Gabriela Cerruti, que la prensa tiene el derecho y la obligación de preguntar, y los funcionarios de responder de manera profesional, evitando los agravios, las ironías y las burlas…"

¡Ay, ese apuro por las declaraciones condenatorias! ¡Ay, esa necesidad de defender a capa y espada lo indefendible o de atacar sin razón aquello con lo que no se concuerda! ¡Ay, esa máquina de generar antipatía, a base de soberbia y humo, esa utilización siniestra de las palabras que sólo consigue atizar el fuego y transformarlo en una verdadera hoguera infernal.

¡Ay, esas palabras desenfrenadas…!

Haruki Murakami, un compatriota de Ryunosuke Akutagawa lo resumió mejor: “Las palabras tienen poder y ese poder hay que saber usarlo de una forma correcta”. Fin.