Un nuevo aniversario del fallecimiento del ex presidente Domingo Faustino Sarmiento, el “Maestro de América”, acaecido el 11 de septiembre de 1888, puede ser disparador para observar su impronta de erudito y su compromiso político, en tiempos donde los candidatos liberales a la presidencia -paradójicamente– no lo nombran y desdeñan la educación pública, planteando utilizar “voucher”, contradiciendo los postulados de la ley de educación 1.420, sancionada durante el gobierno liberal de Julio Argentino Roca.

Apasionado y colérico, reflexivo y autoritario, Sarmiento pensó y sintió al país como nadie, aunque eso implicó injusticias y que corriese sangre de gauchos y federales.

De la impronta agraria y su proyecto casi calcado del sur de los Estados Unidos, al racismo más artero en Conflicto y armonía de las razas en América (1883), de su legado “normalista” con las maestras norteamericanas a instigar el asesinato del general Vicente “Chacho” Peñaloza. Combatió a quienes creyó culpables de la barbarie, en especial a Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas, pero trazó en sus escritos agudos análisis de sus enemigos que, tal vez sin quererlo, fueron esbozos de posteriores comprensiones y defensas de los personajes.

Sarmiento: Luces y sombras

El propio Restaurador lo consideró entre sus enemigos, quizás el mejor y más certero en las letras, sentenciado en carta de 1868 que “S. E. el señor Sarmiento, se ha colocado y empezado ya su programa, por el peor, y más funesto de todos los caminos. Su programa es opuesto al sentimiento de la mayoría en las repúblicas de América”.

Para Jorge Abelardo Ramos, en su obra Revolución y contrarrevolución en la Argentina (1957) fue, definido magistralmente, un “sanjuanino aporteñado, talentoso instrumento de la oligarquía porteña, puño implacable de Mitre en la extirpación de los caudillos y del gauchaje, español antiespañol como todos los españoles, admirador de los anglosajones y de su idioma y fundador, con Hernández, de nuestra literatura, Sarmiento no ofrece precisamente el espectáculo mediocre de Mitre. Estamos frente a un hombre contradictorio, vital, creador y provinciano al fin”.

El historiador Tulio Halperín Donghi rescató sus firmes convicciones, al punto que en su prólogo a Campaña en el Ejército Grande (1958), expresó que: “El mejor Sarmiento es, en estos últimos años, el que a pesar de todo sigue las seguridades de su juventud”.

Intelecto y política

Los distintos planteos sobre el rol del intelectual y sus relaciones con el ámbito de lo político, las distintas visiones acerca de la historia, de las utopías y de los proyectos para el futuro del país, y también los distintos estilos y lenguajes se pueden encontrar en las correspondencias cursadas, y cruzadas, entre Juan Bautista Alberti en “Cartas Quillotanas”, y en Domingo Faustino Sarmiento en “Las ciento y una”, como así también como fue retomada dicha disputa por los intelectuales en los años ´30 en el siglo XX.

Sarmiento empezó su involucramiento “poniendo el cuerpo” a la polémica, ya que planteó su producción desde un pensamiento de duelo, en un contexto de lucha y conflicto permanente. 

La polémica entablada por estos hombres condicionó toda una forma de ver la política local, desde la perspectiva de cuál debería ser la posición del intelectual y que lógicas deberían adoptar, si ellos podían quedar al margen y mantener los fueros de la elite o, por el contrario, debían involucrarse en la lucha agonal de esta ciencia.

Sarmiento empezó su involucramiento “poniendo el cuerpo” a la polémica, ya que planteó su producción desde un pensamiento de duelo, en un contexto de lucha y conflicto permanente. De allí su estilo combativo en sus ensayos, en particular el Facundo como forma máxima de reutilización política de una existencia histórica, la de Facundo Quiroga, y su tergiversación en ciertas partes con la excusa de los fines últimos para ejemplificar el espíritu y el comportamiento de la “barbarie” que debía ser superada por la “civilización”. Este libro sería considerado por Sarmiento como “mito” político, lo que fue censurado por Alberdi.

El primero

Al decir de Martínez Estrada, en Radiografía de la Pampa (1932), le cupo el mérito de que: “Fue Sarmiento el primero que en el caos habló de orden; que en la barbarie dijo qué era la civilización; que en la ignorancia demostró cuáles eran los beneficios de la educación primaria; que en el desierto explicó que era la sociedad, que en el desorden y la anarquía explicó qué eran Norteamérica, Francia e Inglaterra”.

Pero ese reconocimiento no lo tuvo de su contemporáneo Alberdi. Designado por el presidente Justo José Urquiza como diplomático, le encargó la misión de obtener en Europa el reconocimiento de la Confederación Argentina bajo la nueva Constitución, y, de paso, evitar el reconocimiento de Buenos Aires como Estado independiente. Esa misión la cumplió con éxito, lo que le valió el encono de Bartolomé Mitre y del propio Sarmiento, odio profundizado por su oposición frontal a la guerra de la Triple Alianza, actitud que le valió ser calificado como “traidor”.

Sarmiento: Luces y sombras

La batalla de Pavón y la asunción de Mitre como presidente en 1862 significó la destitución de Alberdi de su cargo de diplomático, lo que prolongó su ausencia del país hasta 1878. Pasado aún el tiempo, Mitre se empeñó en cuestionarlo desde su medio periodístico ante el presidente Julio Argentino Roca.

Peor fue con Sarmiento, con quien tuvo sus cruces más feroces y, de paso, deslizó la polémica entre el rol del intelectual y el modo en que este debe involucrarse en la política. Si la distancia o estar presente en el campo de batalla fuese las opciones de hierro ante la disputa textualizada entre ambos contendientes.

Pluma para tiempos de guerra

La pluma de Sarmiento, según Alberdi, estaba moldeada para tiempos de guerra y que en la paz no se hallaba, cosa que sí Alberdi estaría, según él, calificado al mantenerse al margen de disputas y de forma profesional sin involucrarse por entero.

En la polémica de cómo debe ser mantenido y financiado el intelectual también cruzaron espadas, ya que Alberdi reafirmó su posición independiente, haciendo valer su origen y desarrollo profesional, dejándolo a Sarmiento con la postura del financiamiento pleno por su situación no tan favorable en lo económico.

Contemporáneos a Martínez Estrada y a su texto fueron los intelectuales de la UCR que conformaron en 1935 la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina, y que condenaron -en particular Manuel Ortíz Pereyra, Arturo Jauretche y Roberto Tamagno- los postulados de Sarmiento.

Según Jauretche fue “el héroe máximo de la intelligentzia, y el más talentoso de la misma”, aunque reconoce es sus escritos que, a pesar de esa zoncera fundante, el estilo del ensayo y polémica del sanjuanino fue de lo más destacado en la política nacional. También reconoció su estilo combativo y sanguíneo del involucramiento por lo que él creyó.

“Estudiar el pensamiento de estos intelectuales nos plantea desafíos, de cara a un nuevo aniversario del fallecimiento del gran sanjuanino un 11 de septiembre de 1888, quien nos interpela –como Alberdi y los otros pensadores– sobre quienes somos y hacia donde nos proyectamos”.

Tamagno, en Sarmiento, los liberales y el imperialismo inglés (1963) reconoció – casi como síntesis de lo que consideraban los intelectuales de FORJA, que “El impulso que él imprimió no se detuvo con su vida. Los efectos aún perduran. Como el Cid, continúa librando batallas después de la muerte. Fundamentalmente creemos equivocados sus postulados principales… pero al revivir con él su existencia ardorosa y combativa, hemos admirado su coraje, su decisión, su talento y su probidad”.

En el caso de Alberdi, en comparación, rescataron su estudio y las denuncias y rectificaciones de sus últimos años en cuanto a la denuncia de la Guerra de la Triple Alianza y su revisión de la figura de Rosas, junto a sus ataques a Mitre y a la manipulación de La Nación y de los otros medios periodísticos.

Tema aún que puede generar polémicas, estudiar el pensamiento de estos intelectuales nos plantea desafíos, de cara a un nuevo aniversario del fallecimiento del gran sanjuanino un 11 de septiembre de 1888, quien nos interpela –como Alberdi y los otros pensadores– sobre quienes somos y hacia donde nos proyectamos.