El año 1955 trajo tempestades para el pueblo argentino. Conspiraciones de civiles y militares, el levantamiento del general Menéndez en 1951 contra Perón – y en especial contra Evita -, el atentado en la boca del subte de 1953 durante una manifestación en Plaza de Mayo, y otros más son los antecedentes directos de la masacre producida el 16 de junio de 1955.

Tras el enfrentamiento del peronismo con la Iglesia, se sucedieron varios incidentes, entre ellos lo ocurrido con una bandera argentina en la marcha de Corpus Christi. En respuesta se planificó un desfile aéreo en desagravio, pero que significó la puesta en marcha de la acción criminal de bombardear Plaza de Mayo.

Ese día una escuadrilla de la aviación naval, conducida por militares amotinados, con apoyo en tierra de infantes y "comandos civiles", ametralló y arrojó sobre la Casa Rosada, la Plaza de Mayo, y otras zonas cercanas, más de 10 toneladas de explosivos.

Participaron de la masacre las aeronaves de la base naval de Punta Indio, otras aeronaves de la VII Brigada Aérea de Morón, unos 700 efectivos de la Infantería de Marina y varios grupos de los llamados “comandos civiles”. 

La masacre

A las 12.40 hrs. la escuadra de 30 aviones de la Marina (22 North American AR - 6, 5 Beechcraft AT – 11, 3 hidroaviones Catalina) empezó el bombardeo, al que se le sumaron aviones Gloster Meteor, con las pintadas de Cristo Vence a los costados de esos aparatos.

A pesar de las advertencias del Servicio de Inteligencia Naval, los altos mandos militares no advirtieron a Perón de la seriedad y magnitud del intento golpista.

El Regimiento de Granaderos a Caballo y los conscriptos del Ejército, junto a obreros armados, resistieron valientemente a las tropas “rebeldes”. También hubo aviadores leales que combatieron a la flotilla agresora y lograron derribar una nave, pero yendo estos pilotos leales al aeropuerto militar de Morón, pilotos “rebeldes” los apresaron y tomaron sus aviones, continuando el bombardeo a Plaza de Mayo.

El edificio del ministerio de Marina fue rendido por los jefes leales, los generales Carlos Wirth y Juan José Valle. Los agresores militares –más el radical Zavala Ortiz– huyeron hacia el aeropuerto de Carrasco, en Montevideo, donde solicitaron y obtuvieron asilo político. Los contralmirantes Aníbal Olivieri, y Samuel Toranzo Calderón y el vicealmirante Benjamín Gargiulo, jefes militares del levantamiento, fueron detenidos. Se les ofreció un arma para “limpiar” su honor, rechazado por Olivieri y Toranzo Calderón, pero Gargiulo prefirió el suicidio.

“Te pido, Dios mío, que mi tiro sea sin odio”, fue la cínica oración de uno de los pilotos navales. Mientras que, para Máximo Rivero Kelly, uno de los pilotos navales atacantes, en declaración a la revista Viva, del 12 de junio de 2005, sin arrepentimientos afirmó desaprensivamente: “Fue una operación psicológica porque como operación militar, no se puede tirar bombitas así…”.

Esta masacre tuvo como saldo a más de 300 muertos y más de 1.000 heridos, quedando la mayoría de ellos lisiados en forma permanente. 

El presidente Juan Domingo Perón, en su discurso posterior reflexionó: “Es indudable que pasarán los tiempos, pero la Historia no perdonará jamás semejante sacrilegio. (…) Nosotros, como pueblo civilizado, no podemos tomar medidas que sean aconsejadas por la pasión, sino por la reflexión (…) les pido que refrenen su propia ira; que se muerdan, como me muerdo yo, en estos momentos, que no cometan ningún desmán (…) Los que tiraron contra el pueblo no son ni han sido jamás soldados argentinos, porque los soldados argentinos no son traidores ni cobardes, y los que tiraron contra el pueblo son traidores y cobardes. La ley caerá inflexiblemente sobre ellos…”

La caída de Perón

El golpe de setiembre

Los incendios de algunos templos porteños, achacados al oficialismo, de esa noche, cimentó el clima de lucha que desembocó en el golpe de Estado que se inició el 16 septiembre de 1955 y que tuvo epicentros en Córdoba, Puerto Belgrano y otros puntos del país, donde se sublevaron algunas guarniciones militares. 

Al mismo tiempo la Marina bombardeó la base de Mar del Plata y amenazó volar el polo petroquímico de Ensenada, iniciar acciones contra la población civil y bombardear Buenos Aires. Mientras, comandos civiles – radicales, liberales, socialistas y conservadores – destruyen símbolos del gobierno, y persiguen a militantes y funcionarios.

Perón fue obligado a salir del país, iniciando un exilio que se prolongará por 17 años.

El 23 septiembre, Eduardo Lonardi e Isaac Rojas se hacen cargo del gobierno nacional bajo el nombre de “Revolución Libertadora”. Al tiempo se creó la Junta Consultiva Nacional para asesorar políticamente al gobierno, integrada por Oscar Alende, Alicia Moreau de Justo, Miguel Ángel Zabala Ortiz, Julio A. Noble, Luciano Molinas, Nicolás Repetto y Horacio Storni, entre otros.

El 13 de noviembre de dicho año, las FFAA reemplazan a Lonardi por Pedro Aramburu y se intensifica la escalada represiva al intervenir la CGT, secuestrar el cadáver de Eva Perón y disolver por decreto al Partido Peronista.

El 9 de marzo de 1956, por el decreto ley 4161 se prohíbe –bajo pena de prisión de 6 años o más– nombrar a Perón y Evita, cantar las marchas partidarias, usar escudo peronista, leer “La Razón de mi Vida” y los discursos o escritos de Perón, escribir las iniciales E.R, J.P o P.P o utilizar las expresiones “Tercera Posición”, “Justicialista” o “Peronismo”. Además, se reimplanta la Constitución liberal de 1853, anulándose Constitución de 1949 y sus derechos sociales.

En toda esa acción represiva el ámbito educativo no podía quedar aislado. Allí se despidió y cesanteó a docentes y personal directivo peronista, se cambian los programas de estudio, y es secuestrado, destruido y/o quemados material didáctico (era común escuchar a quienes vivieron esos años referir que los textos escolares - como todo material partidario peronista – tuvo que se escondido, enterrado o quemado; algunos por ser objeto de la persecución dictatorial, y otros como venganza política por ser antiperonistas).

Esta acción simbólica encerraba el presagio de lo que le tocaría padecer al pueblo en los siguientes gobiernos pseudodemocráticos o en las dictaduras militares, con sus miles de torturados, desaparecidos y muertos.

En tiempos donde candidatos presidenciales, fuerzas políticas y sujetos resentidos prometen venganzas, persecuciones y desapariciones, cabe tomar el ejemplo de aquellos años, donde el odio al peronismo se les volvió en contra, y potenció una resistencia que con los años los derrotó.

Quizás –viendo otras tempestades que se aproximan– el descubrir en textos y lugares las sombras de los nombres de Perón y Evita, bajo tachaduras y enmiendas, que sobrevivieron a pesar de las persecuciones u olvidos, no hacen más que darnos fuerzas, viendo que esa raíz siempre germina, ya que todo hecho popular organizado desde abajo, con unidad, solidaridad y organización, a la larga, vence cualquier adversidad.